Tener hijos no le convierte a uno en
padre,
del mismo modo que tener un piano
no le vuelve pianista.
Michael Levine
Este invierno pasado una tarde nos acompañó al parque
a Diego y a mí una amiga mía y por allí estuvimos disfrutando de un gustoso solecito
y de las correrías del infante entre otros muchos infantes.
Lo que más
sorprendía a mi amiga (bastante más joven que yo) era la cantidad de padres que
esa tarde estaban al cuidado de sus niños y de la atención que les prestaban.
Había desde chicos muy jóvenes a los que la paternidad les habría sorprendido
entre botellón y botellón hasta treinteañeros y cuarenteañeros ya peinando
canas. Me di cuenta de que esa sorpresa no era más que una
reacción a lo que fue su propia infancia sin la figura de un padre, algo que curiosamente
nos unía a las dos porque yo también crecí sin la figura paterna.
En mi caso nunca eché de menos la presencia de un
padre, ni tampoco lo envidiaba dado que los ejemplos más cercanos que tenía de padres
no eran demasiado envidiables y las pocas veces que vi al mío por casa fueron
bastante desconcertantes.
Pero esta generación de ahora si que me da muchísima envidia y más
de una vez me he sorprendido deseando haber vivido esta época y esta educación que tienen ahora
la gran mayoría de ellos. Crecí en una época realmente machista, llena de
clichés y donde se etiquetaba mucho a la gente, sobre todo a las mujeres, y en
la que el hombre dejaba su sello la mayoría de las veces de forma bastante
negativa, tenía que dejar claro su posición dominante y mantenía las distancias
en temas como la educación de los hijos. Una época en la que la educación imperante
alimentaba bien la separación de roles y la posición de la mujer se supeditada
al hombre. Claro que con mi madre habían topado.
Hoy me alegro infinito de ver a diario cómo esto está
cambiando en los nuevos padres con los que me encuentro. Van dejando atrás
tanto estigma de machito, abandonando una educación retrógrada y tomando
posiciones en el cuidado de sus vástagos. Hoy ya los puedes ver ocupándose de
toda la crianza sin problema y relacionándose de igual a igual con la madre.
Bueno, buenoooo … me dicen por aquí que tampoco hay
que lanzar las campanas al vuelo que no todo el campo es orégano y que tampoco
hay que pasarse que sí pero no que queda aún mucho camino… Vale, pero estos
padres están a años luz de los que yo conocí y de la casi “no” experiencia
propia.
Hace una semana celebramos el Día del padre (los que
tuvieran que celebrarlo) y me resulta curioso que esta celebración coincida con
el 59 aniversario de la publicación de uno de los mejores libros jamás escrito:
Pedro Páramo de Juan Rulfo en el que
también se aborda la figura de un padre ausente y terrible. Lo mismo esta fecha
se eligió con toda la intención. Tendré que investigar.
Esta novela sitúo a
su autor y a la literatura mexicana como referente cumbre de la literatura en
castellano.
Pedro Páramo es una novela no muy extensa que
sorprende desde su comienzo y ya te puedes ir riendo tú de la famosa frase de “en
ocasiones veo muertos” que popularizo la película del Willis “El sexto sentido”
y que tanto juego ha dado. Incluso hasta llegó a parecer novedosa cuando Rulfo ya
les había sacado ventaja muchísimos años antes en esta novela ambigua con
toques góticos que obliga al lector a ir recopilando todas sus claves
interpretativas para construir su trama y cuyos personajes, mucho tiempo después de terminar su lectura, aún me interpelan.
Se inicia la novela con la llegada a Comala de Juan
Preciado en busca de su padre Pedro Páramo :
“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”
A partir de este momento nos adentramos en una
historia donde lo real y lo irreal caminan de la mano y estará en nuestras
manos emplear todos nuestros sentidos para ir separan planos o irlos enlazando,
nunca se sabe. Escrita en el presente resultará una historia del pasado con
presente inmediatez.
Nunca subestiméis la capacidad de un niño para
entender y analizar lo que sucede a su alrededor. Os lo digo yo que algún día fui
niña.