Cabecera

"No hay barrera, cerradura, ni cerrojo
que puedas imponer a la libertad de mi mente"

Virginia Woolf

martes, 17 de septiembre de 2013

¡Un libro, un libro!

“Como si un hombre, sin saberlo desde luego, al darle la vuelta 
al conmutador de su cuarto inaugurara una cascada en Ontario” 
  
José Lezama Lima


Esto de ponerse a juntar palabras, intentar decir algo coherente y encima publicarlo tiene sus consecuencias. Me lo temía. Una de ellas es que siempre hay quien quiere más y ya me piden un libro, con sus capítulos, su tapa dura, su argumento, sus personajes, su todo. Tal vez porque no saben que esto de escribir es un ejercicio duro, doloroso, bastante ingrato y efímero. Lo decía Bolaño y yo le creo.

Pero si existiera la posibilidad remota de que yo me convirtiera en una escritora querría ser la mejor, claro, y eso, amigos, lleva su tiempo y su cabeza, dos cosas de las que adolezco en este momento. Diréis entonces que qué estoy haciendo aquí en este blog. Pues es verdad, qué hago. Jugar, aprender, comunicarme, dar salida a esta necesidad que desde bien pequeña tuve de contar cosas sobre un papel y de paso daros, siempre desde mi experiencia personal y sin buscar el análisis al detalle, unas pinceladas sobre el mundo que nos rodea y su reflejo en obras que a mí me han impactado por algo. Y si os pica la curiosidad ya tenemos algo de lo que hablar.

Creo que así me sitúo en el buen camino pero no es suficiente. En esto de la Literatura me pasa como con el vino me gusta lo mejor.


Si yo escribiera quisiera tener la erudición y la desbordante capacidad de juntar palabras de  Lezama Lima  en  Paradiso

Ese libro que me leí y releí a ratos, a trozos, intentando llegar a su centro mismo, pero me ahogaba en su densidad cuajada de metáforas, de miles de palabras casi misteriosas, simbólicas, y construido con unas reglas propias que te llevan a entrar en comunión con el libro si quieres participar de esa orgía de palabras a ratos asfixiante, a ratos hipnótica, que atrae y repele en la misma medida.  Una genialidad que requiere estar a la altura y haber comulgado antes con mucha literatura y mucha poesía.  



El propio autor, tal vez consciente de su complicación aconsejaba

 “sumergirse en él con absoluta inocencia poética”

Era un reto que yo no podía dejar pasar, me deje llevar y sin demasiadas preguntas me envolví en sus páginas.  Si saqué algo en claro no lo sé, tal vez este post sea la respuesta. Fue como un viaje en la montaña rusa: sales aturdido, feliz y colocado.

Le tengo cariño a Lezama Lima, fue amigo de Eliseo Diego, padre de Lichi, y amiguísimo de Zambrano con la que mantuvo una dilatada correspondencia, durante los 40 años que duró su amistad, en la que compartieron inquietudes filosóficas y un afecto sincero que resistió el paso del tiempo. Me gusta ese tacto exquisito que demuestra por las palabras y el uso y abuso que hace de ellas. En la Wikipedia lo expresan muy bien

El estructuró un sistema poético del mundo sin importarle la dificultad que su lectura entrañaba para todos los lectores: quiso explicar el conocimiento del mundo desde la otra orilla, de lo desconocido, de lo otro y en ese recorrido lograr el desvelamiento de un nuevo ser nacido de la oscuridad: la poesía.

Julio Cortázar  puede que mejor que nadie captó el mensaje de Lezama Lima y nos da alguna clave para acercarnos a él en Para llegar a Lezama Lima.  

Y ya que se asoma a esta entrada y ya puestos decir también que quisiera tener la capacidad, la imaginación y la técnica para crear un puzzle como Cortázar hizo en  Rayuela  y entregárselo al lector para que lo maneje a su gusto.  No creéis que haber hecho eso no es de una maestría increíble que deja sin aliento y de rodillas ante el logro. Yo así lo creo y como yo tantísimos buenos lectores. Cómo igualarlo.

No hay un arma como la palabra para llegar hasta el otro, para conmoverlo, para amarlo, para herirlo.  

En esta época que vivimos en la que vemos tanto paleto suelto (con solo remontarnos a la semana pasada ya encontramos un ejemplo) es verdad que dan ganas de gritar: ¡un palo, un palo! pero quizá sea más efectivo espetar: ¡un libro, un libro! porque como nos recuerda Facebook a menudo: 

“Leer es como besar, quien no lo hace con frecuencia se le nota en la lengua”

Y para mis confiados amigos que me piden un libro parido de mis entrañas solo darles las gracias por esa fe en mis posibilidades pero creo que eso, si llega, tardará en llegar.

De momento como ofrenda a esta confianza les doy una canción de otro grande y así espero dejarles contentos y satisfechos por unos días ;) 



martes, 10 de septiembre de 2013

La Melonera y los melones

“Vivir en cualquier parte del mundo y estar contra la igualdad por motivo de raza o de color es como vivir 
en Alaska y estar contra la nieve”  
William Faulkner



Este jueves 12 de septiembre mi barrio, como cada año, celebrará sus fiestas de  La Melonera  en honor de la Virgen del Puerto.  Al parecer a la pobre la bautizaron así porque es época de melones y las calles se llenan de ellos. Y, sí, imagináis bien, no voy a dejar pasar la ocasión de jugar con la palabra pero tampoco de vivir la fiesta, alborotar el barrio y seguir la senda de los niños.




La tradición se remonta al siglo XVIII y al Marqués de Vadillo, muy devoto de esta Virgen,  que dio comienzo a las celebraciones en su honor. No obstante, son unas fiestas que a mí, como me imagino que a muchos de mis vecinos, me pillaron por sorpresa allá por los 80 cuando se recobraron para disfrute del vecindario. Para empezar no teníamos ni idea de formar parte de un melonar pero no nos vino mal poner las cosas claras. 
Pero si de motu propio no caímos en ello, ya vino  María Jiménez  cierto año a recordarlo entre canción y canción: ¡Viva la fiesta del Melonar! gritó, mientras mi vecino le alcanzaba la bota de vino sin perder de vista los melones, a esto todos respondimos: ¡Melonera! ella insistió: ¡Viva la fiesta del Melonar! y nosotros erre que erre: ¡Melonera! y ella lo zanjó diciéndonos: Melones que sois todos unos melones.

¿Lo veis? Lo que yo os decía, la palabra da juego.

En estos años de mi vida nuestro barrio ha cambiado mucho, muchísimo. De vivir sin M30, a sufrirla y luego, tras siete años de mucho sacrificio conjunto, tenemos uno de los parques más bonitos de Madrid.

Si en este punto Gallardón piensa que le voy a dar las gracias, que se tranquilice, que habría mucha tela que cortar con el tema. Podríamos decir, por ejemplo, que el proyecto ha visto por fin la luz gracias al sacrificio de los de siempre. Para él, como para tantos otros, ha sido una ocasión más para lucrarse y para trajinar comisiones espectaculares. Otros, nos hemos visto endeudados de por vida y encima parece que agradecidos, como buenos melones.

Pero si el paisaje natural ha cambiado mucho, el paisaje humano es ahora más caleidoscópico y más lleno de matices que nunca, consecuencia sin duda del momento económico que vivimos que impulsa a salir de sus países a mucha gente en busca de una vida más digna para su familia. Esto es algo a lo que yo le veo muchas ventajas y una buena ocasión para el enriquecimiento mutuo, pero inevitablemente ha dado lugar a la aparición de desconfianzas y miedos atávicos a lo desconocido entre el vecindario.

Ellos vienen con sus costumbres y sus maneras, ocupan el espacio público, se reúnen y disfrutan de lo que tienen a su alcance. Sin proponérselo nos enseñan  cómo se juega y se vive al aire libre. Algo que al menos yo tenía olvidado y eso que me pasé toda mi infancia en la calle con mi pandilla. Ellos saben muy bien como disfrutar de esa  playa de Madrid,  de esos chorrillos y en un par de chapoteos nos muestran cómo alucina un niño, ante la general estupefacción de todos nosotros, los melones, que al no saber qué decir pensamos que con tanta humedad eso no puede dar más que gérmenes y enfermedades y, de este modo, desacreditar a quien disfruta sin complejos.

No tengo pueblo pero sé lo que es bañarse en acequias y pozas que con toda seguridad tienen más peligro que nuestra “playa” a la que a diario se le hacen unos controles y una limpia que para sí querría la sanidad privada. En eso Gallardón tiene cuidado, que no le falte de ná a la niña de sus ojos, a la joya de su mandato, doy fe. Venga, gracias, qué limpio nos lo tienes todo. Ah, espera, que sale de nuestros bolsillos como tantas otras cosas.


Pero no somos racistas, no. 

Al menos eso decimos y ponemos la mano en el fuego a que no. Si acaso un poco melones y cuadriculados. Sin embargo, ya lo decía  Wittgenstein: los límites del lenguaje son los límites de mi mundo,  cuando rascas un poco y mantienes una conversación sobre el tema salen del melonar curiosas perlas lingüísticas donde los términos utilizados (panchito, machupichu…) no son amables y delatan a quien los utiliza para denominar a sus vecinos, situándose con prepotencia en un plano superior al de ellos, sin saber que en ocasiones su educación y su cultura pueden ser muy superiores. Nos sorprendería saber la cantidad de inmigrantes que llegan a nosotros con educación superior y titulaciones universitarias.

Deberíamos sentirnos orgullosos de acogerlos y darles una oportunidad a pesar de que a los de aquí, a los melones, tampoco nos sobra. Deberíamos sentirnos parte de un proyecto global que tiene por objetivo hacer del planeta un lugar más habitable. No sabemos qué motivos concretos les han traído, ni cuál ha podido ser su periplo hasta llegar a nosotros, nadie deja su país y su casa así porque sí, ojalá supiéramos ir más allá. No alimentarnos de desconfianzas, ni de odios, sino de colaboración. El enemigo es otro. Deberíamos sentirnos felices de que estén entre nosotros y no en medio de ninguna parte como me ha hecho ver  Mario, el Pertxa, convencido colaborador de ACNUR a quién el conflicto en Siria le ha hecho saltar de la comodidad de su casa para concienciarnos a todos de que mientras una sola persona esté viviendo en la desprotección y en clara desventaja el resto del mundo no puede permanecer impasible. 

Gracias, Mario, por ese toque de atención y por ser guapo por dentro y por fuera. Como tú, digo: Welcome to my country





María Jiménez, una visionaria.
Melones, somos todos muy melones, mientras miremos para otro lado sin arrimar el hombro.


martes, 3 de septiembre de 2013

Talk Talk

“No hay para mí distracción más agradable 
que la conversación libre de un amigo” 
David Hume


En lo que va de verano he tenido tres veces la misma conversación con personas distintas y en ninguno de los tres casos he sido yo la que puso la cuestión sobre la mesa. El tema de la conversación era  la conversación  en sí misma y lo difícil que resulta en ocasiones encontrar a alguien con quien hablar. Quienes me conocéis bien os imaginaréis que justo cuando salió este tema la noche se tornó interesante para mí. 

No sé si me entendéis, hablar hablamos todos, pero dialogar y conversar… 
¿Cuántas buenas conversaciones habéis tenido últimamente? 
Conversaciones de verdad de esas en las que te escuchan y en las que escuchas, dialogas, y al final el tiempo ha volado y acabas con una gratificante sensación de intercambio solo comparable a un buen polvo ;)

Hay veces que das con personas que solo quieren escuchar el sonido de su propia voz, simplemente no escuchan y desesperan de impaciencia por contar “su” verdad. Otras veces el interés está en el despelleje o el cotilleo, en señalar al vecino (alguna vez le he visto su gracia)

Pensé que esto era una preocupación muy mía, o un aburrimiento muy mío, sentir este hastío y desinterés absoluto por el último expulsado de Gran Hermano o por cualquier romance o divorcio televisado y orquestado en nuestra televisión embrutecida. 

¿Cómo puede ser de interés de alguien el último vahído de Belén Esteban? 
Pues lo es, y ocupa nuestro tiempo, nuestro preciado tiempo. 

Aunque esto, planteado así, también podría ser muy bien el inicio de una interesante conversación, no me refiero al último modelito de la susodicha sino a la repercusión que esto tiene y sus consecuencias fatales para el estado mental general.

Una buena conversación empieza como empiezan todas, con tonterías, con bobadas como las del anterior párrafo, saltar de ese paso tirando del hilo y trazar un camino que propicie la expresión de nosotros y de los demás ya no es tan común. Por lo general no pasamos de esa fase, nos quedamos en razonamientos infantiles y poco elaborados por miedo a lo que podemos encontrar detrás. Saltar esta barrera supone mostrarnos tal cual, perder el miedo a que nos escuchen y a lo que vamos a escuchar del otro, a no utilizar subterfugios que nos impidan mostrarnos. Gran oportunidad para la empatía y para el enriquecimiento mutuo aún en las diferencias.

No estoy muy de acuerdo con la afirmación de  Truman Capote.  No abundan pero no creo que escaseen las personas inteligentes, lo que ocurre es que la gran mayoría, por comodidad, han renunciado a pensar demasiado porque pensar es peligroso  (volvemos a Arendt), y tal cual está el panorama más. Quizá esto las haga un pelín menos inteligentes.


Según me planteaba esta entrada me he acordado de un libro que me leí hace mucho y que está cuajado de buenísimas e interesantísimas conversaciones. 
En realidad todo el libro es una larga conversación entre un profesor y su alumno. 
Martes con mi viejo profesor de Mitch Alborn está basado en las conversaciones que el propio autor mantuvo con su profesor de Sociología, Morrie Schwartz, que se convirtió poco a poco en su mentor y  gran amigo. A lo largo del libro ríen, dialogan, discuten de todos los grandes temas que a todos nos ocupan y preocupan. Ahora que me lo estoy releyendo me doy cuenta de por qué me gustó tanto en su momento. Saborear el presente, cuidar los afectos y poner menos énfasis en los bienes materiales, son sabios consejos de un profesor que con un pie en la tumba se niega a dejar de vivir ni un solo día de los que le quedan.





Alguna vez me han recriminado que a pesar de lo mucho que aquí escribo no hablo mucho, que soy calladita, vaya. No estoy de acuerdo, pero lo mismo me columpio hoy rompiendo lanzas en aras del arte de la conversación cuando aún yo tengo mucho que aprender. Me pongo a ello ya mismo.