Intentando atrapar las palabras que digan
lo de más.
Silvio Rodríguez
Lo de menos son todos los secretos
que intuyo, huelo, toco
y siempre te respeto.
Lo de menos es que jamás me sobres,
que tu amor me enriquezca
haciéndome más pobre.
Lo de menos es que tus sentimientos
no marchen en horario
con mi renacimiento.
Lo de menos es larga soledad,
lo de menos es cuánto corazón.
Lo que menos
importa es mi razón,
lo de menos incluso es tu jamás,
mientras cante mi amor
intentando atrapar
las palabras que digan lo de más.
Amoroso, de forma que no mancha,
en verso y melodía
recurro a la revancha.
Mi despecho te besará la vida
allá donde más sola
o donde más querida.
Donde quiera que saltes o que gires
habrá un segundo mío
para que no suspires.
Es la prenda de larga soledad,
es la prenda de cuánto corazón.
Lo que menos
importa es mi razón,
lo de menos incluso es tu jamás,
mientras cante mi amor
intentando atrapar
las palabras que digan lo de más.
Pajarillo, delfín de mis dos rosas,
espántame los golpes
y no la mariposa.
Ejercita tu danza en mi cintura
aroma incomparable,
oh, pan de mi locura.
Con tu cuerpo vestido de mis manos
haré una nueva infancia,
al borde del océano.
Desde el mar te lo cuento en soledad,
desde el mar te lo lanza un corazón.
Lo que menos
importa es mi razón,
lo de menos incluso es tu jamás,
mientras cante mi amor
intentando atrapar
las palabras que digan lo de más.
Y después de un año de blog ¿qué?
Pues tomaré prestadas las palabras de Silvio Rodríguez, un maestro en esto de escribir que sabe cuando se llega al umbral del silencio,
de la soledad, y cuando las palabras se escapan o se vuelven inútiles.
Maravillosa canción esta, dylaniana diría yo, que
captura con apenas unos trazos la magia de la escritura, del amor, del misterio
y también de toda esa impotencia que se siente cuando lo expresado no acaba de
encajar con lo sentido, cuando lo visible es la punta del iceberg y cuando la
respuesta no es la esperada. Perfecta composición que da cuenta de su maestría
y lucidez.
Así es, tras este tiempo, me percato de todo lo que
me queda por escribir y por dar forma, de todo lo que me queda por contar sin
saber muy bien si debo o si sabré. Me sitúo de este modo en las lindes de la
página en blanco y pidiéndole al pajarillo que me espante los golpes pero no
las mariposas. Qué locura.
Y esto me ha hecho acordarme de uno de los pocos
ensayos que me he leído en mi vida con fruición y totalmente cautivada.
El laberinto de la soledad de Octavio Paz, un estudio donde se disecciona al mexicano, su historia y su personalidad y que, como todo lo
local, al final termina siendo universal. Un libro que no solo resulta atractivo por el fino análisis con el que se trata el tema sino por el deleite que supone leer a su autor.
En su Apéndice final bajo el título
La Dialéctica de la soledad cuestiona las barreras que nos imponemos a nosotros
mismos o que simplemente nos son dadas y como nuestra capacidad de elección,
nuestra libertad, espera ahogada en un mar de convenciones sociales que nos
aíslan y empobrecen. Ahí, detrás, agazapadas, estarían las palabras que dirán
lo de más… y en esas estamos.
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