“Tiene
de un niño la ternura y de un poeta la locura
y aún cree en el amor”
Qué pena que hoy sea 23 de agosto y no 24, de
este modo la publicación de esta entrada coincidiría con el cumpleaños de Benny
Moré y sería una bonita conjunción
astral para acompañarnos en este post. Bueno ¡qué demonios! por un día arriba,
un día abajo, no nos vamos a quedar con las ganas. Va por él y su nacimiento.
No sé vosotros pero yo el verano, no puedo
evitarlo, lo asocio inmediatamente a música y baile al aire libre, y no a
cualquier música, indefectiblemente para mí la música estos días viene de Cuba
y me retrotrae a esos paseos que conocí en La Habana en los que las notas
salían de cualquier rincón a cualquier hora impregnando el ambiente de una
cadencia que no recuerdo en ningún otro lugar.
Pero si hay que decir que alguien tiene la
culpa de este mi mal ese es Joaquín.
¿Qué quién es Joaquín?
Os lo voy a contar.
Joaquín, 9 Septiembre 2003, Concierto de Pedro Luis Ferrer |
Joaquín Ordoqui, intelectual cubano aficionado
a la música y a la cocina, era una de las personas más vivas y entregadas que
yo he conocido nunca. Al presentármelo pensé que era tal cual el Tío Alberto de
Serrat
“un aristócrata que ayer perdió su cetro de oro y su corona”.
No hay
mejor imagen para él que esta canción, caminando sobre el bien el mal con la
cadencia de su propio vals, entre la ruina y la riqueza, entre mentiras y
promesas, aún sabía sonreír.
Amaba a la vida y a las mujeres y ninguna de
las dos cosas podía disimularlas. Se bebió la vida y la vida se lo bebió a él.
Excesivo, generoso y sincero en todo lo que hacía. Fue participe también de
aquella noche en la que nos sorprendió el nuevo día con Lichi, mano a mano, desgranando
la vida y sus sinvivires y de la que ya os hablé aquí.
Cuando le conocí sabía algo de Cuba, de su
música, sabía de la erudición de Alejo
Carpentier en La música en Cuba, pero con él aprendí lo que no estaba
escrito. Me enseñó a oírla me adentró en sus misterios, en sus miserias y en
sus grandezas. Me enseñó a disfrutarla como sólo él sabía.
De repente, Lecuoma, Rita Montaner, el Grupo de
Experimentación Sonora, Sindo Garay, Ignacio Piñeiro, la India de Oriente, Matamoros,
Bola de Nieve, Pérez Prado, cómo no La Lupe, Celia Cruz, tantos otros, pasaban
a ser alguien familiar e imprescindible en mi vida gracias a él.
Cierto día le manifesté mi deseo de
entrevistarle y no solo cedió gustoso sino que (como siempre) unió deber y
placer y nos citó en su casa para comer.
“…porque ustedes los muchachos cuando se juntan, porque ustedes los muchachos cuando se juntan… cuando se juntan…”
A nuestra llegada se había puesto a cocinar un
guiso que requería al menos de dos horas de preparación lo cual supuso extender
el aperitivo hasta las cinco de la tarde y la comida hasta el amanecer.
La recopilación de artículos suyos que hice
para prepararme la entrevista y que a su vez le regalé a mi llegada, le emocionaron
tremendamente, ya hemos dicho que era un niño grande y con todo se ilusionaba. Y así, ese día dio para hablar de muchas cosas, no sólo
de Música, de Literatura, también de su Cuba, de su juventud, de Política.
Este párrafo esta sacado de la semblanza que
hizo de Pablo Milanés:
Es muy difícil trasmitir ahora la realidad mortal y política que vivió la juventud cubana que nació en las décadas de los 40 y 50 y que permaneció en el país después de 1959. Creíamos que estábamos participando en una cruzada justiciera, que los horrores eran errores, que latíamos al mismo ritmo del mayo del 68 parisino, y quizá porque vivíamos en las entrañas del monstruo no podíamos contemplar su verdadero rostro. Candorosa y torpemente felices, sacrificábamos nuestra propia felicidad. Y así, en medio de persecuciones veladas, de prohibiciones explícitas y protecciones oportunas, nació lo que más tarde se conocería como la Nueva Trova cubana, de la cual Pablo (Milanés) será uno de sus principales exponentes.
Nueva perspectiva y nueva visión en mi vida del
ideal cubano tan admirado.
Y para alguien como yo, que tenía en un altar a Silvio Rodríguez y a Bob Dylan, resultaba revelador que alguien me contara los
claroscuros que se daban en los dos, los razonara, que me hablara de esas
contradicciones de las que ninguno estamos exentos pero que aceptamos con
dificultad cuando de un ídolo se trata…
Al igual que ocurrió con Bob Dylan, el mito (Silvio Rodríguez) era demasiado grande para el ser humano que debía sostenerlo y los tiempos son, también, distintos. El gran mito norteamericano terminó dando conciertos a Juan Pablo II, vergonzosa renuncia a los ideales de libertad que alguna vez representó. El gran mito cubano termina aferrado con terquedad a un sistema que contradice todo lo que dice representar.
Sin embargo, ahí nos quedan Blowing in the wind y Una mujer con sombrero, Sad eyes lady of the lowland y La maza y eso es lo que cuenta.
Fue también muy impactante el espíritu crítico
con el que enfrentaba el fenómeno Buena Vista Social Club tan incuestionable en
aquel momento.
Hablamos de todo, de todos, y llegó el momento
de Benny Moré y sus canciones, entonces los dos al unísono mirándonos a los
ojos mencionamos “Cómo fue” y un chispazo de hermandad le dejó ya prendado en
mi vida para siempre. Imposible no quererle.
Él tuvo la culpa de que cuando llegó Ibrahim
Ferrer a Madrid no parara hasta entregarle un tarrito de miel para que se lo
ofreciera a su santo. Que cuando me choqué a la puerta del Hotel Praga con
Omara Portuondo se me quedara cara de boba y ella me dijera con una sonrisa: “chica, espabila,
que no pasa nada”. Suya es la culpa de que no pueda escuchar su música sin acordarme de él.
Sé que es muy poco estas palabras que te dedico,
Joaquín, que podría extenderme largo rato, pero en eso tú eras el maestro. No
sabría hacerlo igual de bien.
Allá donde estés, hoy, sobre todo, estas
palabras van por ti, te las debía.
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