“No
hay pensamientos peligrosos, el pensamiento es peligroso”
Hannah Arendt
Se cuela esta mañana entre estas líneas alguien
que me tiene completamente descolocada y descuajeringadas las meninges, Hannah
Arendt.
Digo que se cuela porque antes que de ella
tenía pensado hablaros, en uno de mis arranques filosóficos, de Walter Benjamin,
otro de mis preferidos, y amigo cercano de Arendt. Pero, como digo, me urge más
hablaros de ella.
Desde que me metí al cine a ver Hannah Arendt la película que cuenta la vida de esta pensadora y que se centra en el proceso
a Adolf Eichmann, teniente coronel de la SS, al que la pensadora asistió como
periodista y que dio como resultado el libro Eichmann en Jerusalén. Sobre la
banalidad del mal, una de las obras claves del pensamiento occidental del siglo
XX, no dejo de darle vueltas.
Este proceso sentó un precedente en la era
moderna a la hora de juzgar crímenes contra la Humanidad y está en la base para
la creación ansiada de un Juzgado Multinacional para que los persiga.
Pues bien, Hannah Arendt, contraviniendo todo
lo que se esperaba de ella como judía, cuando tuvo que contar lo ocurrido, tomó
distancia, y sin dejarse llevar por el pensamiento imperante de cómo se debía
analizar el proceso, se atrevió a sacar sus propias conclusiones de lo que allí
se estaba juzgando.
Hay que pensar sin apoyos, sin nada a lo que agarrarse
Dejando a un lado todas las polémicas que
desató por el tratamiento de los temas que puso sobre el tapete (ahí están las
hemerotecas si queréis ir más allá y os interesáis por el tema) a mí lo que
realmente me ha cautivado es su análisis del mal y como supo ver en Adolf
Eichmann, un tipo corriente, encargado del transporte a los campos de
concentración y exterminio, y responsable material del asesinato de seis
millones de judíos, la banalización del mal y sus terribles resultados.
Lo que se da en la película, y se dio en su
momento durante el proceso, es el enfrentamiento entre dos caracteres
totalmente antagónicos, por un lado la inteligencia, el pensamiento, la duda de
Hannah Arendt, por otro la mediocridad, la certeza, el automatismo de Adolf
Eichmann.
El retrato que la autora hizo de Eichmann fue
muy controvertido y atacado
“era incapaz de pronunciar ni una sola palabra que no fuera un cliché… …su incapacidad para expresarse estaba vinculada estrechamente a su incapacidad para pensar”
“estaba en armonía con el mundo que había conocido”.
Ahí radica su banalización.
En ningún momento Hannah Arendt eximía de culpa
a Eichmann como sus críticos le achacaban, la mayoría sin haber profundizado en
sus palabras y sin haber leído su libro, pero dejó bien claro que no era la
encarnación del mal sino, esto es de mi cosecha, una mala copia de fatales
consecuencias.
Reconozco que me ha costado entender las
conclusiones a las que llegó y comprender esta banalización del mal, tal y como
ella la explica, hasta que me he puesto a pensar en nuestra situación actual.
En una de las escenas está ella dando clase y
les habla a sus alumnos de los campos de exterminio donde se les hacía creer a las personas
“que eran superfluas, que no servían para nada”
por tanto, totalmente
prescindibles y sin valor alguno.
¿No es esto algo muy familiar estos días
donde personal asalariado, funcionarios cumplidores, entregan cartas de despido
a cientos, miles, de personas porque ya no son necesarios, por tanto,
prescindibles? Y lo hacen con una tranquilidad y una sangre fría increíble, soy
testigo, porque, al fin y al cabo, están cumpliendo órdenes, mientras que en
sus despachos de roble permanecen las mentes pensantes que deciden que así sea.
Y no pasa nada. Seguimos rodando.
Quiero dejar constancia de que yo no pretendo
sentar cátedra, ni dar con la clave. Expongo mi debatir interno y esta desazón
de intentar encontrar respuestas a tantos comportamientos deshumanizadores.
Juan José Millás en su artículo en El País del 12 de julio del 2013, El mal, lo
desarrolla mejor que yo “hemos alumbrado un monstruo” decía.
Quisiera ir más
allá, pensar que en todo lo que me rodea hay más bondad y belleza, y no esta
cutrez en la que nos quieren sumergir, pero para eso he de hacer un esfuerzo
diario que mantenga con vida mi fe en la Humanidad.
Donde todos son culpables, no lo es nadie.
El pensamiento de Arendt me ha cautivado, por
este afán mío de querer entender como ella la brutalidad, el mal, que ahora
toma formas más sutiles pero que aun así se está llevando por delante a
millones de personas sin que al parecer nadie pueda pararlo.
Ahí está mi recomendación, no dejéis de ver
esta inteligente película.
Eso sí, si estáis intentando dejar de fumar
pensároslo antes.
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