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"No hay barrera, cerradura, ni cerrojo
que puedas imponer a la libertad de mi mente"

Virginia Woolf

viernes, 29 de marzo de 2013

¡Quítame la salud!


No, no es que quiera decir con este titular que ya no puedo con la vida, no es eso. Esta frase es lo que me suele decir mi hijo cuando encuentra alguna hebrilla de verdura en el puré y yo le digo que eso es fibra y que es bueno, que es salud, a lo que él me contesta “¡pues quítame la salud!”.

A raíz de esto, ando yo pensando que nunca como ahora había entendido tan bien eso de que “los límites del lenguaje son los límites de mi mundo” que dijera Wittgenstein en su momento, porque ahora con un niño en casa se dinamitan todos esos límites y el lenguaje se estira, se moldea y se construye a la medida de su mundo. A Wittgenstein esto le apasionó: cómo aprendemos a hablar y para qué nos sirve.




Bueno, vale, que con este comienzo de hoy, mezclando infancia con Filosofía y entre medias a un señor de nombre impronunciable, he quedado muy friki, bastante friki, pero es que son temas que a mí también me apasionan y en Wittgenstein los encuentro muy estrechamente relacionados y, no solo eso, él es de los que piensa que sin la duda no hay conocimiento. Lo que yo os decía ;) !!
Conviviendo con un niño, que además hace muy poco está aprendiendo a leer, no me queda otra que poner todo patas arriba y cuestionar esos límites, porque él lo hace. Hay porqués de un niño que, si no te agarras con fuerza, te hacen caer de culo y con todo el equipo. Eso, o terminar diciendo: ¡Porque Sí!

En mi casa estos días está pasando esto con el lenguaje: por qué las cosas reciben un nombre y no otro, por qué eso se dice así y no de otra manera, por qué tú eres la mamá y yo me llamo Diego. De adultos tenemos ya tan interiorizado el lenguaje que pocas veces o ninguna  volvemos sobre ello, habrá quién nunca se haya planteado las convenciones lingüísticas en las que nos desenvolvemos y cómo eso conforma nuestro mundo. Un niño lo hace a diario, es un filósofo en potencia, al igual que ellos, está más interesado en saber por qué esa palabra y no otra denomina al objeto más que en saber lo que el diccionario nos dice sobre ella. Pero, a diferencia de ellos, para el pequeño pensante la verdad sólo es una: la que le dice su madre, en este caso yo. Una gran responsabilidad, por tanto, pues esto le marcara la pauta de aquí en adelante. Diego, al igual que Wittgenstein, cree que el lenguaje es un juego con sus propias reglas, con la salvedad de que el razonamiento que hace el filósofo es algo más elaborado y complejo. Estas reglas no pueden ser privadas porque estos juegos del lenguaje pertenecen a una colectividad, nunca a uno solo. Para mi hijo sí, son las suyas propias y así le valen, de momento.

Ufff… me estoy metiendo en un jardín, me temo.

Ahora no quedaría más remedio que desarrollar aún más la idea y mencionar también a Russell (en el vídeo con túnica roja) y que fue profesor de Wittgenstein, a Frege, Saussure, Whitehead, Humboldt, Chomsky, etc, etc… lo haré, lo haré, dejadme que lo piense de aquí al Otoño.

Cómo uno habla, escribe o utiliza el lenguaje es tan importante que es nuestra tarjeta de presentación. Revela cómo se piensa y cómo se vive. 

No sé yo qué dirán los filósofos de las nuevas formas de comunicación que tenemos en nuestros días, porque algo tendrán que decir, digo yo  ;)





Para despedir este post qué mejor que hacerlo parafraseando a este lector en ciernes que tengo en casa con su mejor frase, hasta el momento, mientras juega a piratas: “¡Diego al destaque, cuidado que voy muy atractivo!”

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